¡Che, pibe! que mala suerte que hayas nacido en Argentina, ¿verdad? Dejame que te escriba esta cartita que me sale del corazón. Va escrita en mal español o, mejor dicho, en buen portuñol, pero, como dice un amigo brasilero, "es lo que tenemos para hoy" (né, Mecca?). Te quiero, Messito, me gustás, aunque no te sigo mucho por razones privadas. Pero te vengo a tranquilizar y decir que no, ¡no sos el culpable! ¡Para nada! Todo lo contrario. No encuentro en vos culpa ninguna. Sos todo un inocente. Y, a la vez, capaz que sea esta tu más grande culpa. Hoy día, no está permitido a ninguno eso de ser inocente. Somos todos culpables... Y yo me incluyo a mí, ¡un reculpable! Es decir, si bien que en el tribunal, como diría el gran español Joaquín Sabina, vecino tuyo, "lo niego todo".
"Tío", te lo explico: sé que naciste en Rosario, tierra de Fito Páez, pero aún chiquichillo te llevaron a España, y allí te quedaste. Sos un grande, sos todo un fenómeno —como aquel otro, nuestro Ronaldo—, pero, al contrario de ese, que es brasilero, vos no sos argentino. ¡Joder! Es decir... sos y no sos. Tenés en el semblante una duda hamletiana ("ser o no ser..."). Capaz que, si no te hubieran "raptado", si te hubieras crecido corriendo detrás de una pelota en las pobres calles de los arrabales de Buenos Aires, como aquel corintiano, el Carlito Tévez, quizás este tango te hubiera salido más fácil de bailar. Pero no. No pasó así. Estás más para el flamenco. Y, no, no me refiero al Flamengo. No tenés ni los pulmones para sinceramente conmovido cantar "mi Buenos Aires querido, ¿cuándo yo te vuelvo a ver?". ¿No es así?
¡Tranquilizate! No sos el único. Pasa lo mismo conmigo en cuanto me acuerdo de mi ciudad natal, Senador Pompeu, ubicada en Ceará, que ya me era lejano cuando vivía yo en São Paulo, y más aún ahora. Pero yo todavía me siento un cearense. Y me enorgullezco de eso... lo que, me parece, no pasa con vos, ¿verdad? Decime, flaco, hagamos de cuenta que estamos solos. Tenés que sacar ese peso de tu costado. Te miro a los ojos y veo cómo sufrís cuando entrás a la cancha llevando puesto ese pesado uniforme azul que no te dice nada. ¡Qué inútil responsabilidad! Te sentís como aquel otro muchacho, Sísifo, que tuvo como castigo empujar cuesta arriba por una montaña una piedra que, antes de llegar a la cima, volvía a rodar hacia abajo, lo que lo forzaba a volver a empezar.
Este sos vos en Argentina. Claro, te esforzaste, seguís esforzándote. Te acercaste incluso al gran capo, don Diego Armando Maradona, que no es rey, como nuestro Pelé, sino ¡Dios! Lo sé, lo sé, los argentinos son un pueblo dramático, les gusta exagerar; si nosotros tenemos el rey del fútbol, ustedes tenían que tener nada menos que su dios. Y ¿cómo ser mejor que Dios? ¿Cómo vestir la sagrada diez y representar a unos fanáticos que no tienen en su diccionario la palabra perdón? No podías fallar, ¿verdad? ¿Cómo les iba a explicar que el mismo tipo que en España es todo un torero en Argentina no es más que un becerrito con mucho miedo y ojos abiertos de par en par sin tener ni mismo a alguien a quien recorrer?
Te entiendo, te lo juro. Además, no quiero ser injusto con vos: sé que hiciste lo que podías, diste tu mejor, pero no alcanzó. No para ellos. Ellos no te entienden. Nunca te van a entender. Para nosotros, los de la banda baja de la naranja americana, el patriotismo es casi (tal vez más que) una religión. No está permitido ser simplemente un individuo honesto, trabajador y talentoso. Hay que ser un súper héroe, hay que ser un Gardel, un Borges, un Perón, un Charly García. Y, más, hay que saber seguir siéndolo. Por eso el más grande de todos, Gardel, murió temprano. Es más fácil ser un héroe muerto. Y vos, ¿cuántas veces has ganado el Balón de Oro de la Fifa? Che, pibe, un premio individual para un deporte coletivo. ¿Qué vas a hacer con todos esos premios ahora?
Te lo cuento: vas a sufrir, vas a llorar, te vas a sentir injusticiado, vas a gritar palabrotas en tu hermosa y caliente camita barcelonesa en contra de todos aquellos que no supieron ver tu valor... pero va a pasar. Todo eso va a pasar, como todo pasa. Incluso porque, jubilado de la misión argentina y libre de esa inútil responsabilidad, vas a volver a lo tuyo, a tu escenario, y volverás a brillar; hasta puede que te ganes más un par de esos baloncitos de la Fifa. Y vendrá más plata —¡mucha plata!—, o guita, o, mejor aún, pasta, que es como dicen en España. Y, flaco, no en peso argentino, pero en euro, ¡cabrón! Con tal cantidad, ¿para qué vamos a pensar en un país sudaca hincado en el culo del mundo?
Flaco, ya te delata la doble S de tu apellido: Messi. ¡Sos un europeo, pibe! Y desde pibe. Te escapaste. Te fuiste (¿como yo, será?). No estás hecho para aquellas pavadas entre Boca Juniors y River Plate en la Bombonera. Sos vos el bombón. Y, además, sos tímido. No sos un líder, como don Diego. No sos una Mercedes Sosa, sos más un Milton Nascimento. Tenés, igual que él, ojos de niño. Y ni esa barba que inventaste de dejar crecer te puede hacer ese líder que jamás serás. Pero sos más. Estás más lejos. Y no digo solo geográficamente. Sos un maestro. ¡Todo un maestro! Más. Sos una estrella. Por eso necesitás una constelación. Jugás en otra cancha, pibe, ¡en la del arte! Donde ganar o perder no es más que un dettalle, si lo que vale es brillar. Y vos sabés brillar, pibe. Te resumo: te veo casi como un brasilero. Si cierro los ojos, creo que te puedo ver allí, en aquel lejano 1982, bailando un samba con Zico, Sócrates, Falcão y los demás... Todos derrotados. Y todos campeones. ¿Querés mejor compañía para brillar?
No bajes; dejalos que suban.
¡Tranquilizate! No sos el único. Pasa lo mismo conmigo en cuanto me acuerdo de mi ciudad natal, Senador Pompeu, ubicada en Ceará, que ya me era lejano cuando vivía yo en São Paulo, y más aún ahora. Pero yo todavía me siento un cearense. Y me enorgullezco de eso... lo que, me parece, no pasa con vos, ¿verdad? Decime, flaco, hagamos de cuenta que estamos solos. Tenés que sacar ese peso de tu costado. Te miro a los ojos y veo cómo sufrís cuando entrás a la cancha llevando puesto ese pesado uniforme azul que no te dice nada. ¡Qué inútil responsabilidad! Te sentís como aquel otro muchacho, Sísifo, que tuvo como castigo empujar cuesta arriba por una montaña una piedra que, antes de llegar a la cima, volvía a rodar hacia abajo, lo que lo forzaba a volver a empezar.
Este sos vos en Argentina. Claro, te esforzaste, seguís esforzándote. Te acercaste incluso al gran capo, don Diego Armando Maradona, que no es rey, como nuestro Pelé, sino ¡Dios! Lo sé, lo sé, los argentinos son un pueblo dramático, les gusta exagerar; si nosotros tenemos el rey del fútbol, ustedes tenían que tener nada menos que su dios. Y ¿cómo ser mejor que Dios? ¿Cómo vestir la sagrada diez y representar a unos fanáticos que no tienen en su diccionario la palabra perdón? No podías fallar, ¿verdad? ¿Cómo les iba a explicar que el mismo tipo que en España es todo un torero en Argentina no es más que un becerrito con mucho miedo y ojos abiertos de par en par sin tener ni mismo a alguien a quien recorrer?
Te entiendo, te lo juro. Además, no quiero ser injusto con vos: sé que hiciste lo que podías, diste tu mejor, pero no alcanzó. No para ellos. Ellos no te entienden. Nunca te van a entender. Para nosotros, los de la banda baja de la naranja americana, el patriotismo es casi (tal vez más que) una religión. No está permitido ser simplemente un individuo honesto, trabajador y talentoso. Hay que ser un súper héroe, hay que ser un Gardel, un Borges, un Perón, un Charly García. Y, más, hay que saber seguir siéndolo. Por eso el más grande de todos, Gardel, murió temprano. Es más fácil ser un héroe muerto. Y vos, ¿cuántas veces has ganado el Balón de Oro de la Fifa? Che, pibe, un premio individual para un deporte coletivo. ¿Qué vas a hacer con todos esos premios ahora?
Te lo cuento: vas a sufrir, vas a llorar, te vas a sentir injusticiado, vas a gritar palabrotas en tu hermosa y caliente camita barcelonesa en contra de todos aquellos que no supieron ver tu valor... pero va a pasar. Todo eso va a pasar, como todo pasa. Incluso porque, jubilado de la misión argentina y libre de esa inútil responsabilidad, vas a volver a lo tuyo, a tu escenario, y volverás a brillar; hasta puede que te ganes más un par de esos baloncitos de la Fifa. Y vendrá más plata —¡mucha plata!—, o guita, o, mejor aún, pasta, que es como dicen en España. Y, flaco, no en peso argentino, pero en euro, ¡cabrón! Con tal cantidad, ¿para qué vamos a pensar en un país sudaca hincado en el culo del mundo?
Flaco, ya te delata la doble S de tu apellido: Messi. ¡Sos un europeo, pibe! Y desde pibe. Te escapaste. Te fuiste (¿como yo, será?). No estás hecho para aquellas pavadas entre Boca Juniors y River Plate en la Bombonera. Sos vos el bombón. Y, además, sos tímido. No sos un líder, como don Diego. No sos una Mercedes Sosa, sos más un Milton Nascimento. Tenés, igual que él, ojos de niño. Y ni esa barba que inventaste de dejar crecer te puede hacer ese líder que jamás serás. Pero sos más. Estás más lejos. Y no digo solo geográficamente. Sos un maestro. ¡Todo un maestro! Más. Sos una estrella. Por eso necesitás una constelación. Jugás en otra cancha, pibe, ¡en la del arte! Donde ganar o perder no es más que un dettalle, si lo que vale es brillar. Y vos sabés brillar, pibe. Te resumo: te veo casi como un brasilero. Si cierro los ojos, creo que te puedo ver allí, en aquel lejano 1982, bailando un samba con Zico, Sócrates, Falcão y los demás... Todos derrotados. Y todos campeones. ¿Querés mejor compañía para brillar?
No bajes; dejalos que suban.
***
FANKY
Charly García
No voy a parar
Yo no tengo dudas
No voy a bajar
Dejalo que suba
Charly García
No voy a parar
Yo no tengo dudas
No voy a bajar
Dejalo que suba
Por eso no quiero parar
Ya no tengo dudas
No voy a bajar
Dejalo que suba
Gozar es tan parecido al amor
Gozar es tan diferente al dolor
El cambió una dirección
Otra oportunidad merece alguna decisión
¡Basta!
No voy a parar
Yo no tengo dudas
No voy a bajar
Dejalo que suba
Gozar es tan parecido al amor
Gozar es tan diferente a matar
Cuando pienso en el fin
Cuando pienso en todo lo que dí
Cuando miro el final
Cuando sueño que todo va a acabar
Gozar es tan necesario, mi amor
Gozar es tan diferente al dolor
***
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